Aunque quizás no nos damos cuenta, vivimos en una sociedad tecnológica, con todos sus beneficios y limitaciones. En todo momento tenemos a nuestro alcance objetos que han sido creados debido a la ciencia y sus aplicaciones.
Los materiales y los artefactos que la ciencia nos brinda, tienen un efecto directo en nuestras vidas; por ejemplo, nuestra habilidad de viajar ya sea por aire, mar o por tierra, nuestra salud y el aumento de nuestra expectativa de vida, la manera cada vez más rápida de comunicarnos, y hasta nuestra propia forma de pensar.
Como la ciencia y la tecnología han ingresado a formar parte de nuestra vida diaria, es imprescindible que la población en conjunto posea alguna comprensión básica de las cosas (fenómenos, avances, descubrimientos) científicas. Debemos tener presente que los países que tienen hoy el dominio económico del mundo, lo son simple y llanamente por sus avances en la ciencia, pues son países que invierten buena parte de sus recursos en mantener y desarrollar una economía con base tecnológica.
Debemos aceptar que los individuos con conocimientos fundamentales de la ciencia son capaces de tomar mejores decisiones sobre materias que afectan su trabajo, y de esa forma aumentan su eficiencia y productividad, para lograr aquello que los expertos llaman competitividad. Por otro lado, las autoridades informadas del quehacer científico tienen mayor capacidad para hacer planes sobre el futuro de la sociedad que gobiernan.
La ciencia hizo posible que el hombre pudiera llegar a la Luna, aunque el esfuerzo de lograrlo tuvo un costo, según se cree, de más de veinte mil millones de dólares, cantidad inimaginable de conseguir en una sociedad que no tuviera una noción clara del progreso material que dicho logro científico podría traer a su población.
Una de las peores consecuencias de la derrota sufrida por el Japón al término de la Segunda Guerra Mundial fue la destrucción total de su industria, lo que le restaba toda posibilidad de competir económicamente con el resto del mundo. Hizo falta mucho trabajo para que la industria japonesa pudiera ponerse a la par con el mundo desarrollado. Y surgió así la necesidad prioritaria por parte de los gobernantes japoneses de entonces, de aprender a trasplantar tecnologías avanzadas extranjeras al Japón. Fue también necesario diseñar formas de desarrollar métodos de producción en masa, como una manera de obtener competitividad a través del bajo precio de los productos terminados. El resultado fue que la ciencia básica perdió ante la ciencia aplicada. Esto es fácil de comprobar pues, a pesar de su dominio, Japón no produce muchos ganadores de premios Nobel. En estos momentos, si quiere mantener su lugar de privilegio en el mundo, Japón debe desarrollar su propia tecnología y su propia ciencia.
A pesar de que estas ideas son conocidas en nuestro país desde hace ya mucho tiempo, no se da importancia a la investigación aplicada y menos aún a la investigación básica, salvo escasos y honrosos esfuerzos aislados. Se hace necesario elaborar un Plan Nacional para incentivar entre la juventud el interés por las carreras científicas: todos los años disminuye el número de estudiantes de ciencias, y los pocos que realizan un postgrado en el extranjero prefieren quedarse a trabajar allí, temerosos que al regresar al país no tengan oportunidad para desarrollarse en el campo en el que se perfeccionaron. Hace falta invertir en el desarrollo de la ciencia, tanto la básica como la aplicada. Es necesario apoyar lo que se está haciendo aislada y calladamente, impulsar su desarrollo para lograr resultados concretos que beneficien a nuestra sociedad.
Debemos darnos cuenta que nunca lograremos salir del subdesarrollo, si dejamos de dar este paso. Aprendamos del ejemplo de aquellos países que desarrollaron su ciencia y su tecnología, y ahora fijan las reglas en el mundo.
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